Gustavo Espinoza M.
Mucho se ha especulado acerca de lo ocurrido en los últimos días en la Patria de Bolívar. Los voceros del Neo liberalismo y los acólitos del Imperio, a una sola voz, han denunciado un presunto “Golpe de Estado” y lo han atribuido al Gobierno Bolivariano. Algunos segmentos oportunistas de la “izquierda” se han sumado a esa grita vocinglera clamando por el “respeto” a la “legalidad democrática”, como si ella estuviese encarnada en los hampones que dirigen la llamada “Mesa de Unidad Democrática”, algunos de los cuales hoy están encarcelados por sus crímenes.
No ha habido, ciertamente, ningún “golpe de Estado” en Venezuela. Lo que ha habido -y aún hay- es un parlamento sedicioso que -siguiendo la pauta trazada en Honduras, Paraguay y más recientemente Brasil- busca “vacar” al Presidente de la República y poner fin a un proceso de cambios inspirado en los más altos intereses del pueblo venezolano. El propósito declarado por los facciosos no es “restaurar” ninguna democracia, sino imponer a rajatabla un “modelo” neo liberal como el que representara en su momento Pinochet, en Chile, Videla en Argentina y Fujimori en el Perú; contando para ello con el apoyo desembozado de Washington y con la beneplácito del Fondo Monetario y el Capital Financiero. En esa línea, buscan acabar con todas las medidas progresistas del gobierno, aplastar al pueblo venezolano, y apoderarse del petróleo y las riquezas básicas de ese país en provecho del Imperio.
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Ha habido quienes, en esa hora dramática, han creído que Venezuela caería abatida por la agresividad del Imperio. En ese cálculo, buscaron “tomar distancia” del proceso bolivariano y se sumaron aviesamente a la prédica reaccionaria de la “prensa grande”. Se equivocaron, por cierto. La fortaleza caraqueña no cayó, y más bien signó nuevamente el fracaso de sus detractores.
A ellos debemos decirles claramente que estamos ante una hora de definiciones. Y que los cálculos oportunistas que aconsejan “posiciones intermedias” están condenadas a la derrota, incluso en el hipotético caso de un supuesto colapso del proceso liberador que hoy remece a la Patria de los Libertadores. Una “caída” de Maduro, como la “caída” de Allende en Chile, no implicaría un fracaso del proceso en marcha, sino tan sólo un traspié circunstancial y transitorio que no perdonaría a sus detractores como no perdonó tampoco en Chile a quienes se sumaron -por acción u omisión- al Golpe Fascista del 73 en la Patria de Neruda.
Cuando se juega el destino de un pueblo, no hay lugar para las “posiciones intermedias”, para la vacilación, ni el acomodo. Se trata de defender trincheras revolucionarias, y eso hay que hacerlo como lo exigía José Carlos Mariátegui: “sin reservas cobardes”...
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