María Rostworowski
 Considera que las élites en el Perú son descastadas e ignorantes; sin embargo, a los 92 años 
 tiene esperanza en la juventud. María Rostworoski, una de las más 
importantes intelectuales del país, cree que recién hoy los peruanos 
empiezan a valorar lo andino y a entender lo que significa la patria.
 ¿Qué aspecto de su infancia en Europa la ha marcado?
 Mi primera navidad polaca. Acá no hay pinos, pero recuerdo que allá fui
 al bosque en trineo con mi primo a buscar uno. Después de la cena, en 
la hacienda de mi tío, él abrió las puertas del salón y vimos el pino, 
era todo luces. Yo tenía seis años y lo veía enorme. Habíamos hecho 
cadenetas para adornarlo. En esa época, en Polonia no había electricidad
 en el campo, pero tenía velitas que lo iluminaban. Una maravilla de 
luces. Esa es una verdadera navidad.
 Siendo hija de polaco, y habiendo pasado sus primeros años fuera del país, ¿cómo se forja en usted la identidad peruana?
 No se forja al principio. Siento que me jala el Perú por un lado y 
Polonia por el otro. Mi padre por un lado, mi madre por el otro. Cada 
uno me quiere “en su cancha”. Y yo me siento jalonada.
 Cuando estoy viviendo en Polonia, me caso con un polaco, y no me siento
 totalmente a gusto. Vivimos en la hacienda de mi suegro, donde teníamos
 una casita al lado del palacio, porque era un verdadero palacio. Pero 
yo quería conocer el Perú. Tenía curiosidad. Entonces decido marcharme 
al Perú. No quería permanecer en Polonia. Le dije a mi marido: vienes 
conmigo o te quedas, pero yo me voy. Y se vino.
 ¿Qué edad tenía usted?
 Tenía 19 años cuando llegué al Perú. Al principio me fue muy duro 
acostumbrarme a Lima, porque había vivido mi niñez en el campo polaco y 
en el campo francés. Venir acá era un cambio, indudablemente. Me costó 
mucho trabajo acostumbrarme a Lima. Era todo muy gris, lo poco verde que
 había era un verde ceniciento. Para mí, una revelación fue ir a Cusco 
por primera vez. La luminosidad del Cusco me captó. Eso me congració. Y 
quería leer una historia de los Incas, pero no había nada, nada escrito.
 Sólo encontré el libro de (Sir Clement) Markham, un libro chiquito (The
 Incas of Perú), donde hablaba mucho de Pachacútec. Se me ocurrió 
entonces hacer una biografía de Pachacútec. Demoré 10 años entre leer 
todo lo que había que leer y escribir. Salió en 1953: Pachacútec Inca 
Yupanqui.
 ¿Le chocó mucho la pobreza en el Perú, o en Polonia era similar?
 La pobreza en Polonia era distinta, las chozas de los campesinos eran bellas, siempre llenas de flores.
 ¿Qué fue lo que más le impresionó para bien y para mal cuando llegó al Perú?
 Me disgustó la manera como los peruanos son tan poco patriotas. Yo fui 
criada en un ambiente muy patriota, el polaco, donde el país está 
primero. Y aquí tan despreocupados están que no les importa nada del 
país, especialmente la parte andina, que sencillamente no existía, no 
les interesaba. En ese sentido, francamente me decepcionaron en el Perú.
 Lo que me gustó es que los peruanos son más cálidos que los polacos.
 ¿Y usted cree que ese desinterés por lo andino ha cambiado en estos años?
 Ha cambiado mucho, sí. La gente ahora lee, viaja a otros países, se da 
cuenta de que en otros lados hay más patriotismo. Entonces, empieza a 
comprender lo que significa la patria.
 ¿Usted no tenía una formación formal en historia?
 ¿Educación formal? Sólo tenía la que te dan en el colegio. Tuve una muy
 buena profesora. Y en Inglaterra, donde estuve en un internado, aprendí
 a hacer resúmenes. Eso me ayudó mucho. Pero más me ayudó conocer el 
Perú. Me divorcié y después de 10 años me casé con Diez Canseco, lo que 
me ayudó mucho a echar raíces, porque viajamos por el Perú. Eso para mí 
fue una revelación, que Lima no era el Perú. Me dio más curiosidad para 
estudiar e investigar.
 ¿Y es verdad que con Raúl Porras Barrenechea usted aprendió a hacer fichas?
 Claro. Yo no tenía ninguna formación, pero la tuve con Porras, que era un erudito, pero también un maestro innato.
 ¿Es la persona que más influyó en usted intelectualmente?
 Por supuesto. Además de Porras Barrenechea, John Murra también influyó en gran medida en mis investigaciones.
 ¿Usted cree que la esencia de la peruanidad yace en lo andino o en lo criollo, o es que acaso no hay contraposición?
 Hay contraposición, porque lo andino no existía, había un desprecio 
total. Yo creo que para ser un país integrado, el peruano debe reconocer
 lo andino, porque el país es las dos cosas, no se puede separar lo 
andino de lo criollo, tiene que haber una unión de esas dos identidades.
 Eso es lo que falta.
 ¿Cree que un país con esa diversidad cultural es un país viable?
 Si hay voluntad, ¿por qué no? No somos el único país que tiene una 
complejidad racial. Muchos países comparten la misma característica. Y 
yo creo que mucho está cambiando. Cuando yo empecé me preguntaban por 
qué estudiaba indios, por qué no estudias el Virreinato o la República. 
Porque no me interesa, respondía.
 Porras, incluso, no estudiaba indios.
 Pero yo creo que algo influencié en Porras porque sus prólogos a las 
publicaciones de la Gramática y el vocabulario de Fray Domingo de Santo 
Tomás son lindas aproximaciones. También en el viaje de Riva Agüero del 
Cusco a Lima –relatado en el libro Paisajes Peruanos–, Porras hace el 
prólogo y no sé qué me gustó más si el libro o el prólogo. Creo que el 
prólogo (risas).
 ¿De qué se enamoró usted en el Perú: de la historia, del mundo andino, de Pachacútec?
 Yo creo que del mundo andino, en general. Su geografía, sus paisajes, 
hay mucha belleza en el Perú, el problema es que la gente no viaja. 
Recién comenzaba el turismo interno cuando vino Sendero y otra vez, 15 
años sin salir de Lima, Lima la horrible. Es una ciudad fea, tiene 
barrios bonitos, pero hay una despreocupación por Lima. Yo no sé que 
cosa les interesa fuera de tener un departamento en Miami. Es el sueño 
del peruano, vivir en Miami.
 Es muy crítica con las élites peruanas.
 Creo que no son elites. Son muy ignorantes. Han destrozado Lima. Son 
descastadas. En la Plaza de Armas existía una arquería de piedra. La 
botan para poner una de cemento. Ignorancia, pues. Eso no es élite.
 ¿Tiene esperanza de que eso cambie?
 En la gente joven sí. Lo que ha cambiado hasta ahora es gracias a la juventud.
 Tanto en la clase dominante como en el pueblo que surge, esa es la 
esperanza. Ahora, si tendrán los medios o una visión del Perú a futuro, 
sabe Dios. Pocos países son los que han tenido bellezas y han dejado que
 se derrumben, porque no les ha importado. Una preocupación mía es por 
qué, a la fecha, no hay pueblos bellos. Los pueblos precolombinos, como 
Machu Picchu, tienen mucha belleza. Si vemos los pueblos coloniales, 
también. ¿Por qué los modernos son tan feos? ¿Tan asquerosamente feos? 
Sucios, mal construidos, sin una nota de belleza. Para mí, es alarmante.
 Las reconstrucciones posteriores a un desastre natural son feas, nadie 
piensa en la estética, en la belleza. Si nace espontáneamente es algo 
feo. ¿Qué pasa con el peruano? Yo le pregunto a quien lea esta 
entrevista que encuentre una explicación. ¿Por qué el peruano moderno no
 tiene belleza?
 ¿Se considera en algún sentido una revisionista de la historia?
 No me considero especialmente revisionista.
 Y sin embargo su aporte ha sido el repensar la historia del Tahuantinsuyo.
 Claro, es que hay que repensar. En ese sentido, el revisionismo es necesario.
 ¿Qué ha sido lo más difícil de desmitificar respecto del Tahuantinsuyo?
 Lo más difícil es cambiar la mentalidad peruana. Los libros de texto 
siguen repitiendo las mismas tonterías que hace 20 ó 30 años: Manco 
Cápac, Sinchi Roca… Eso es lo que saben, eso es lo que ponen. Y que los 
peruanos se interesen por lo suyo, que no miren las huachaferías 
extranjeras. Que miren lo suyo. Que se pregunten por qué esta loca de 
María Rostworowski sigue pensando en el Ande. Porque hay belleza. Hasta 
el desierto de la costa tiene belleza a la hora de la puesta del sol. 
Hay belleza, pero no sé si haya ojos que la aprecien. Creo que no. Me 
gustaría que un psicólogo analizara esto.
 ¿Este es un problema reciente?
 Yo creo que es republicano, porque el Virreinato tiene cosas lindas.
 ¿Hay un problema de autoestima colectivo?
 Yo creo que sí. Hay un problema con la enseñanza de la historia. En el 
colegio, a los chicos los trauman, les cuentan de un gran imperio y 
olvidan los tejidos de Paracas, por ejemplo, o el resto de culturas. 
Pero además cuentan que un grupito de extranjeros venció fácilmente a 
este maravilloso imperio. El chico entonces no quiere saber nada de los 
que se han dejado vencer tan fácilmente. Eso yo también lo tuve y si no 
llego a analizar la conquista de Cajamarca, no escribo un libro. Las 
causas son conocidas, las visibles: la superioridad europea en cuanto a 
la pólvora, el sable, el caballo. Pero lo importante es que hay causas 
invisibles. ¿Qué se cocinaba entonces en el Perú de esa época? Eso no se
 ha estudiado. No existió la utopía de Garcilaso de la Vega. Un país no 
es una maravilla desde todo punto de vista. Había pasiones, odios, 
muertes. El Inca dejaba a los grandes señores andinos en su puesto si se
 sometían, pero si no los cambiaba y ponía otros.
 En todo caso, los dejaba empobrecidos, porque les quitaba sus mejores 
tierras, que eran trabajadas por la gente del lugar, pero cuya cosecha 
se dirigía a los depósitos estatales. Los mejores hombres eran enviados a
 la guerra, forzosamente. Y no volvían, no sólo por las muertes en 
combate, sino por las grandes distancias que debían recorrerse. O morían
 o se quedaban. Los mitimaes, por otro lado, eran enviados lejos para 
cumplir tareas del gobierno. Los grandes señores andinos estaban 
entonces deseosos de quitarse a los incas de encima. Viene Pizarro y 
aprovecha la oportunidad. La reacción inca, con la caída del Incario, es
 Manco Segundo, quien trata de hacer un movimiento andino, pero no lo 
logra por la desunión, las envidias y las mezquindades. No fue un puñado
 de españoles, sino la masa grande del mundo andino que apoyó a los 
invasores. Los señores andinos no pensaron que Pizarro fuera a quedarse,
 y de ahí su apoyo. Hay pruebas: Huacra Páucar, un curaca de Jauja, 
apunta en un quipu todo lo que le da a los españoles, víveres, armas, 
medios de transporte. Le quitan su apoyo a Manco Segundo y se lo dan a 
Pizarro. Luego, ya establecida la Real Audiencia, este gran señor andino
 de Jauja hace traducir su quipu al español, en un documento que se ha 
encontrado, y pide una encomienda a cambio de los favores prestados, y 
por supuesto se la niegan.
 ¿Es verdad que la rebelión de Manco Inca, sitiando Lima y Cusco, estuvo cerca de triunfar?
 Es cierto, y es también una prueba del apoyo a los españoles y no a los
 incas. Manco Inca manda un ejército para tomar Lima. Estaban entrando 
por el río, aprovechando las piedras y los guijarros que frenaban a los 
caballos españoles. Pero de buenas a primeras, según la crónica anónima,
 se van. ¿Qué había pasado? La concubina de Pizarro era Inés Huaylas 
Yupanqui, hija de Huayna Cápac y de la curaca de Huaylas. Ella llamó en 
auxilio a su madre, quien mandó un ejército para luchar a favor de los 
españoles. Ahí se ve la conducta de los grandes señores andinos.
 ¿Qué hubiese pasado, en su opinión, si triunfaba esa rebelión?
 Probablemente hubiese llegado una armada española, con refuerzos…
 Es decir, la conquista era irreversible…
 Yo creo que era irreversible.
 Y avanzando en el tiempo, un par de siglos más tarde, ¿qué hubiese pasado si triunfaba la rebelión de Túpac Amaru?
 Difícil que ganara. Hay un dicho polaco: Rebe debe abe latabe berebe: 
si esto o lo otro hubiese pasado, hasta los peces volarían. No se puede 
predecir. Hay muchos imprevistos en la historia.
 ¿Qué temas faltan investigar en la historia del Perú?
 Hay mucho por investigar. Depende mucho del éxito en hallar 
manuscritos, y de ir a archivos y estudiar. Lo que yo hacía también era 
ir con el manuscrito al campo. Eso es absolutamente necesario, así se 
entiende mucho mejor lo que dice el documento.
 ¿Sigue usted investigando?
 No, ya no. Tengo 92 años.
 ¿Cree que la labor de un investigador actual es similar a la de hace 50 años?
 La diferencia está en que se encuentran nuevos documentos que van cambiando la visión.
 ¿Quién fue el gran amor de su vida?
 Mi hija.
 ¿Ninguno de sus esposos?
 Esa es otra cosa. Pero por mi hija hacía cualquier cosa, que no hacía por mis esposos (risas).
 ¿Ha cambiado mucho el espacio que se le permite tener a la mujer en la sociedad peruana?
 Claro, obviamente ha cambiado muchísimo, pero todavía tiene que haber una presidenta.
 ¿Es usted creyente? ¿Cree en Dios?
 Claro que sí.
 ¿Cómo ve la muerte? ¿La siente cercana?
 Quisiera que venga de una vez. Yo digo siempre: San Pedro se olvidó de mí.
 ¿Qué espera de la muerte?
 Descansar. El hecho de no tener cuerpo debe ser una maravilla.
 ¿Por qué?
 ¡Porque no friega! (risas). Que tiene sueño, que no tiene sueño, que 
tiene hambre, que no tiene hambre, y hay que darle gusto, si no se 
rebela.
 ¿Si pudiera, qué hubiera hecho distinto?
 Rebe debe abe latabe berebe.
 Pero, ¿se arrepiente de algo en su vida?
 Me arrepiento de lo que no he hecho, más que de lo que hice. Hacer un 
viaje en vez de no hacerlo. Tarapoto, por ejemplo. Una vez, viajando de 
algún sitio a otro, el avión hizo escala en Tarapoto, y hubiera querido 
bajar aunque sea al aeropuerto, pero nos tuvimos que quedar en el avión.
 Lo vi tan verde, tan frondoso…

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