José
Ramos Bosmediano.
En estos días comprobamos
nuevamente que las reformas democráticas desarrolladas por las burguesías
nacionales de otros países a lo largo de los últimos 300 años, siguen siendo,
en el nuestro, cuando más, discursos de
campañas electorales. Sendos programas
de reformas liberales de contenido democrático-burgués, de progreso y hasta de
desarrollo se convirtieron, no bien asumido el poder, en la continuidad de las
nuevas formas de colonialismo luego de la independencia del dominio español.
Una historia de
frustraciones
La confrontación entre liberales
y conservadores que se dio en el Perú durante todo el siglo XIX no derivó en la
victoria rotunda de los primeros, como podría deducirse de gran parte de las
constituciones promulgadas, incluyendo la de 1979, la constitución liberal más
avanzada en la segunda mitad del siglo XX.
Lo que conocemos como burguesía
peruana en el siglo XIX y casi todo el siglo XX no ha sido sino la heredera
económica y política, por tanto ideológica, de la casta colonialista de
encomenderos, comerciantes y grandes burócratas que sirvieron a la Corona
española. Las contradicciones de los protagonistas peruanos de las guerras de
la independencia (Torre Tagle y compañía) con el Libertador Simón Bolívar no se debieron, como
hoy sostienen los neoconservadores, al “autoritarismo” del Prócer venezolano,
sino a la arraigada ideología monárquica de aquellos, a su solapada adhesión a
la herencia española como lo fundamental en la conformación de nuestra
identidad nacional; pero con más fuerza aún, en las propiedades heredadas de
los encomenderos y, posteriormente, del ejercicio del comercio bajo el dominio
del nuevo colonialismo inglés que impuso las reglas de juego en el manejo de la
hacienda pública.
La política “liberal” y de
“modernización” del Estado actuada por el Mariscal Ramón Castilla se combinó
con el comercio de esclavos chinos y de favores para una clase comercial, sin
generar un proyecto de desarrollo del país.
La clase terrateniente seguía dominando sobre la mayor parte del campo
dedicada a la agricultura y ganadería extensiva mediante la explotación del
trabajo servil.
La llegada de un liberal formado
en Europa, Manuel Pardo, pese a su espíritu emprendedor, no `pudo articular una
política económica de largo plazo.
Careció de la fuerza suficiente para enfrentarse a las ambiciones de los
terratenientes y de una burguesía parasitaria entregada al capitalismo europeo,
sobre todo inglés.
La bonanza producida en la
hacienda pública merced a la explotación de la prodigiosa riqueza guanera fue
efímera, pues no derivó en inversiones para construir un país desarrollado con
base en la industria y la producción agraria para el mercado interno. ¿Quién podría haber orientado el destino
nacional por un rumbo antifeudal y de modernización independiente de nuestra
economía y de nuestra sociedad si la clase en el poder era solamente dominante,
que no dirigente, como ha sido definida por sociólogos e historiadores del Perú
contemporáneo?
El mismo problema enfrentó el
Presidente Guillermo Billinghurst, cuyo gobierno iniciado en 1912 fue
interrumpido por el golpe militar de Óscar R. Benavides en 1914. La misma clase dominante peruana,
terratenientes y burguesía comercial, no podían aceptar las reformas de
Billinghurst, especialmente aquellas que favorecían a las clases populares,
particularmente a los asalariados.
Entre 1923 y 1930 fueron
combatidas tanto las propuestas socialistas de José Carlos Mariátegui como las
reformistas burguesas de Haya de la Torre por la burguesía y los terratenientes
en el poder bajo la presidencia de Augusto B. Leguía (1919 – 1930).
En el plano de la educación los
planteamientos renovadores del educador José Antonio Encinas, que desde 1095
logró experimentar los nuevos planteamientos de la Escuela Nueva, fue objeto de
anatemas por las instituciones gubernamentales y eclesiásticas hasta obligarlo
a abandonar el país por algunas décadas.
El nuevo intento de realizar en
el Perú reformas de contenido democrático y nacional fue el breve gobierno del
Dr. José Luis Bustamante y Rivero (1945 – 1948), en el cual destacó la figura
del historiador Luis E. Valcárcel desde
el Ministerio de Educación con su plan de democratizar la educación otorgando
atención a la educación rural a través de los Núcleos Campesinos. El golpe militar oligárquico del 3 de octubre
de 1948 significò una nueva frustración para el Perú.
Entre 1963 y 1968 el primer
gobierno del ingeniero Fernando Belaúnde Terry se constituyó como la
representación de una burguesía nacional que podría dar paso a la liquidación
del gamonalismo, cuyo poder venía siendo erosionado por las grandes luchas
campesinas de fines de los años 50 y principios de los 60, incluido el
movimiento guerrillero de esta década (1963 – 1966). Nuevamente la burguesía peruana demostró su
ligazón supérstite con la vieja oligarquía y con el dominio imperialista, pues
aquel gobierno no pudo ni siquiera aprobar una Ley de Reforma Agraria
antiterrateniente, ni menos pudo reivindicar para el Perú la riqueza petrolera
de la Brea y Pariñas en poder de la
empresa norteamericana International Petroleum Company. Los escándalos
ocasionados por la muy enraizada corrupción
administrativa terminaron de crear las mejores condiciones para el golpe de
Estado del 3 de octubre de 1968.
El proyecto burgués que el primer
régimen belaundista fue incapaz de llevar a cabo fue impuesto, vía militari, entre 1968 y 1975 por el
gobierno militar encabezado por el General Juan Velasco Alvarado. Su carácter burocrático, al margen de la
participación democrática de las masas organizadas, que le llevó a enfrentarse
a estas, le impidió crear bases sólidas para que sus políticas de reformas avancen más allá de los
intereses de la burguesía industrial a la que, en lo fundamental, representaba
aquel gobierno, interrumpido por el golpe de Estado encabezado por el General
Francisco Morales Bermúdez el 29 de agosto de 1975. El mérito más importante del gobierno del
General Velasco fue la liquidación definitiva del poder de los terratenientes a
través de una Reforma Agraria que democratizó la propiedad de la tierra,
proceso inconcluso y plagado de burocratismo y empirismo. Nuevamente la burguesía nacional ligada a la
industria y a las finanzas fue incapaz
de desligarse de sus viejas ataduras con el pasado colonial.
Desde entonces, entre 1975 y el
2011, en el Perú no tuvimos ningún régimen político que haya intentado romper
con las ataduras imperialistas y trazar un proyecto de desarrollo con
transformaciones estructurales, es decir, integrales. Sobre esa base de clase el imperialismo de
Washington nos ha impuesto el proyecto neoliberal desde 1990, convirtiéndonos
en la misma despensa de materias primas y en la más barata fuente de plusvalía
para las transnacionales, que siempre fuimos.
Puedo citar el final de un
discurso académico del científico social Luis Guillermo Lumbreras que trata de
explicar nuestras frustraciones por el fenómeno del “síndrome colonial”,
herencia histórica y punto de partida de nuestros problemas como república
inconclusa. Dice Lumberas:
En eso estamos. Nuestros conflictos tienen una raíz colonial y son
expresiones del síndrome colonial que regula nuestros actos y afecta nuestra
conciencia colectiva. Los problemas de hoy son los de siempre, pero tienen la
fuerza del embalse, de los conflictos centenarios acumulados, que han
debilitado los eslabones de una cadena que está comenzando a romperse justamente
en el punto que la sostiene, que no es
otro que las intemperancias, incongruencias y debilidades del “orden
establecido” (En “Violencia y
mentalidad colonial en el Perú. Fundamentos para una crítica de la razón
colonial”. Fondo Editorial de la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos –
Instituto Nacional de Cultura/Dirección Regional de Cultura del Cusco. Lima.
2006. Pág. 122)
Se esperó mucho del
gobierno de Ollanta Humala
La derecha neoliberal trabajó
durante la campaña electoral para derrotar la candidatura del hoy presidente
Ollanta Humala Tasso. Después de la
segunda vuelta desarrolló la táctica de reducir el programa de la “Hoja de Ruta” a un mero
asistencialismo, ampliado y enriquecido con algunos programas aislados para
justificar la propuesta de “inclusión social”.
La burguesía nacional, representada por numerosos empresarios que
integran el gobierno, se ha convertido en comparsa de la gran burguesía y de
las transnacionales imperialistas. El
Proyecto Conga en Cajamarca es solo el símbolo del giro neoliberal, acaso
irreversible, del gobierno de “Gana Perú”. Más que giro, vuelco aparatoso.
Una nueva frustración para las
masas oprimidas del Perú. También para
los sectores progresistas y hasta izquierdistas que con honestidad trabajamos
para derrotar políticamente a los candidatos de la derecha neoliberal y apoyar
medidas antineoliberales insertadas en el programa de Humala. La frustración en
los sectores progresistas y de izquierda se torna dramática al no tener en
cuenta las limitaciones y debilidades de nuestra burguesía nacional.
Una nueva lección para no confiar
en fuerzas ajenas a las de los trabajadores, proletarios y campesinos, en las
fuerzas realmente transformadoras.
Mientras no construyamos la fuerza política que represente las
aspiraciones de los oprimidos y convoquemos a la lucha por un programa
democrático, nacional con proyección socialista, se corre el riesgo de caminar
de frustración en frustración. (Lima,
diciembre 3 del 2011)
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