José Ramos Bosmediano, educador, miembro de la Red Social para la
Escuela Pública en las Américas (Red SEPA, Canadá), ex Secretario General del
SUTEP (Perú)
La prescindencia del Estado le ha costado mucho al país por la violencia
generada, las vidas perdidas y la inversión frustrada.
(Diego
García Sayán, ”Falso antagonismo”, en
La República, 18/11/2011, p. 15)
Desde la década
de los 90 del siglo pasado en el Perú, para “criticar” el proceso de
privatización de los bienes y servicios del Estado y entregar su usufructo a
los empresarios privados de aquí y de allende los mares, se ha manejado una
terminología totalmente ajena a la existencia del Estado como una institución
al servicio de quienes son los dueños de los medios de producción y, por lo
tanto, manejan el orden militar, jurídico, político y cultural en su más amplio
espectro, incluidos los medios de comunicación.
Han entendido la frase “achicar el Estado”, de los neoliberales, como el
“retiro del Estado” de una parte de la sociedad y del territorio nacional,
confundiendo la mayor concentración de la riqueza y, por ende, del poder, en
unos cuantos monopolios nacionales y
extranjeros, con el supuesto retiro como órgano de poder en todo el
territorio nacional.
En la misma
década, siguiendo al pie de la letra la terminología del Banco Mundial y de sus
corifeos bien remunerados, no era raro escuchar y leer aquí y allá los pedidos,
muy bien intencionados en ciertos casos, de promover y “consensuar” “política
de Estado” para que “perduren en el tiempo”, como si las políticas neoliberales
aplicadas no fueran del Estado imperante y para que perduren ad infinitum, si es que nuevas
circunstancias o la lucha de las masas no obligarían a producir cambios, muy a
pesar de los que Carlos Malpica denominara los dueños del poder.
El jurista
peruano Diego García Sayán, Presidente actual de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) con sede en San José de Costa Rica, esgrime la misma
tesis de “llevar el Estado” hacia las comunidades más alejadas como un
mecanismo para resolver el “falso antagonismo” entre la gran minería y la
defensa de los recursos naturales y del medio ambiente que los pueblos vienen
ejerciendo con toda justicia.
El
Estado no está ausente en ninguna comunidad
Ni las personas
más pobres de las comunidades más alejadas en el Perú están excluidas de
tributar al Estado por el consumo de bienes y servicios, aun cuando el Estado
no retribuye, como debe ser, dichas contribuciones.
En el pasado, el
Estado del Perú republicano, a través de sus fuerzas represivas, realizaba
verdaderas correrías en los lugares más alejados de costa, sierra y selva para
reclutar adolescentes para el denominado
Servicio Militar Obligatorio. Esa
presencia del Estado era no solamente permanente, sino abusiva, pues no ocurría
igual para los adolescentes de los barrios privilegiados de las ciudades más
importantes del país.
La Ley de la
Conscripción Vial impuesta por el régimen oligárquico de Augusto B. Leguía
(1919 – 1930) obligaba al más humilde campesino de la más humilde aldea del
Ande o de la Selva a trabajar sin remuneración alguna a favor del “señor
gobierno”.
Retrocediendo
más aún, durante la formación y la consolidación del Estado colonial impuesto
por la conquista española, curas doctrineros, cuyo papel en el proceso de la
conquista es de sobra conocido, se encargaron de imponer la nueva ideología y
las nuevas obligaciones de los conquistados en beneficio del nuevo Estado; y
los alguaciles y caciques, bajo la autoridad del Virrey, recababan el abusivo
impuesto para el Estado español y la alta burocracia virreinal. Lugares tan
alejados como los ríos amazónicos no estuvieron al margen de la acción del
nuevo Estado colonial con el objetivo real de imponer la nueva cultura y las
condiciones de explotación del nuevo poder Estatal.
Pero volvamos a
los últimos 20 años, tiempo en el cual el neoliberalismo nos trajo su doctrina
de la globalización que esparce “beneficios” por doquier a través del “sagrado”
laissez faire. El Estado neoliberal
entregó los renglones más rentables de los bienes y servicios del Estado
peruano y aprobó nuevas normas constitucionales de las otras para que la
educación y la salud fuesen también rentables para los inversionistas.
Las condiciones
establecidas para la explotación de los recursos naturales, inamovibles hasta
el día de hoy, son las del Estado peruano y están permitiendo que las
transnacionales estén presentes en todos los lugares donde haya riqueza que
explotar. Con las empresas de la minería
y del petróleo van también los policías
para reprimir cualquier protesta que ponga en peligro las inversiones; y están
los jueces y fiscales para juzgar a los “revoltosos” que “se oponen al
progreso”.
El Estado, pues,
se presenta en el más alejado cerro y hasta en la vida misma de los campesinos,
algunos de los cuales, a lo mucho, podrán trabajar en la mina hasta el día en
que esta se cierre luego de agotado el recurso y depredado el medio ambiente en
su conjunto.
No olvidemos que
el Estado neoliberal bajo el régimen fujimontesinista llegó hasta la vida de no
menos de 300 mil ciudadanos pobres a quienes se les quitó, compulsivamente, la capacidad de procrear a efecto de “reducir la pobreza” en el
Perú. ¿No es este hecho presencia real,
y hasta macabra, del Estado?.
El hecho de que
el Estado peruano republicano no haya sido beneficioso para la gran mayoría de
la población no significa que haya estado ausente. Tenemos un Estado cuya presencia omnímoda
solo favorece a los que concentran el poder económico y político, no solamente
en el poder central, sino, inclusive, en los ámbitos del poder regional y
local.
El
poder del Estado en Cajamarca, Ancash, Huancavelica, Puno, Cusco.
Se votó por el
candidato Ollanta Humala para que el Estado peruano tenga una presencia
adecuada y justa en todo el Perú. Pero el nuevo presidente ha decidido
“equilibrar” el valor del oro y del agua, es decir, de los grandes mineros y de
la población. Conga es un símbolo de ese
inexistente equilibrio. Es la
representación de todos los confines del país bajo el dominio de un Estado
ajeno y entregado a los nuevos conquistadores del Perú.
Nadine Heredia
nos quiere decir, con su información furtiva, que algo puede resolver el Estado
mediante su buena voluntad como esposa del Presidente. Se equivoca.
El oro pesa más que el agua, como pesan más el cobre, el hierro y el
petróleo; como pesan también las inversiones para los negocios rápidos y más
rentables, en términos de dólares y euros, que la agricultura para la vida de
millones de peruanos.
¿No hay
antagonismo entre el oro y el agua?
Quien afirma eso ya optó por el oro, como Pizarro hace más de 500 años
cuando decidió quitar la vida a Atahualpa para seguir saqueando el oro del
Perú.
Lima,
noviembre 20 del 2011
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